jueves, 2 de julio de 2009

Amancay Artesanías hechas a mano y desde el corazón


A través de esta página, quiero mostrarte una variedad de artesanías hechas a mano y desde el corazón. Amancay funciona como un puente que te acerca un pedacito de las culturas representadas por cada uno de los autores de las diferentes obras de arte.
En los bolsos, cintos y anillos conocerás el arte de Perú. Los tejidos son realizados por un grupo admirable de mujeres aborígenes de Ayacucho, Lima, quienes fueron víctimas de
la miseria, el hambre y la violencia familiar, sin embargo de sus cabezas y sus almas sales colores y diseños maravillosos.
También encontrará collares diseñados y elaborados por un grupo de
senegaleses liderado por Ibu, el africano más dulce, leal y talentoso que conocí en mi vida.
Y por último, podrás ver bufandas, bijou, y artesanías pintadas en madera elaboradas por mí, intentando día a día superarme, teniendo como ejemplo a estos artistas, quienes me que enseñaron que el único secreto radica en producir con amor.


Paola Rombolá

Carteras y bolsos tejidos


Bolso de jean con flores tejidas a crochet









Carteras bordadas a mano combinadas con cuero de oveja










































Carteras de jean bordadas


Bufandas artesanales
(variedad de colores)













miércoles, 1 de julio de 2009

Cintos tejidos al crochet y bordados
















Cintos o collares de flores tejidas al crochet













lunes, 29 de junio de 2009

Bijou

Anillos de Plata 950
con piedras



































Cerámica italiana


Collares de hilo, madera y cinto tejido

Anillos y collares con canutillos




Vidrio





Pulseras en piedras (cuarzo, jaspe, ojo de tiegre, entre otras)


Collares realizados con caracoles, canutillos y madera


Collar con caracol y canutillos





Piezas en madera pintada con apliques









La Leyenda Amancay



“Quien da una flor de amancay está ofrendando su corazón”, decían los indios vuriloches. Y a quien preguntara el porqué de esa creencia le contaban esta leyenda:

La tribu vivía cerca de Ten-Ten Mahuida, que hoy se conoce como cerro Tronador, en Bariloche.

En aquel entonces, el hijo del cacique era un joven llamado Quintral. No había muchacha en la región que no suspirara al mencionar sus actos de valentía, su físico vigoroso, su voz seductora. Pero a Quintral no le interesaban los halagos femeninos. Él amaba a una joven humilde llamada Amancay, aunque estaba convencido de que su padre jamás lo dejaría desposarla. Lo que el joven guerrero no imaginaba, es que Amancay también sentía por él un profundo amor, y no se animaba a decirlo porque pensaba que su pobreza la hacía indigna de un príncipe. Tanto amor inconfesado encontraría pronto una dura prueba. Sin aviso, se declaró en la tribu una epidemia de fiebre. Quienes caían víctimas de la enfermedad deliraban hasta la muerte, y nadie sabía cómo curarla. Los que permanecían sanos pensaban que se trataba de malos espíritus y comenzaron a alejarse de la aldea.
En pocos días, Quintral también cayó. El cacique, que velaba junto a su hijo despreciando el peligro del contagio, lo escuchó murmurar, en pleno delirio, un nombre: “Amancay…” No le llevó mucho averiguar quién era, y saber del amor secreto que sentían el uno por el otro. Decidido a buscar para su hijo cualquier cosa que le devolviera la salud, mandó a sus guerreros a traerla. Pero Amancay ya no estaba en su casa. Se hallaba trepando penosamente el Ten-Ten Mahuida. La “machi”, la hechicera del pueblo, le había dicho que el único remedio capaz de bajar esa fiebre era una infusión, hecha con una flor amarilla que crecía solitaria en lo alto de la montaña.
Lastimándose manos y rodillas, Amancay alcanzó finalmente la cumbre y vio la flor abierta al sol. Apenas la arrancó, una sombra enorme cubrió el suelo. Levantó los ojos y vio un gran cóndor, que se posó junto a ella levantando un viento terrible a cada golpe de sus alas. El ave le dijo con voz atronadora que él era el guardián de las cumbres y la acusó de tomar algo que pertenecía a los dioses.
Aterrada, Amancay le contó llorando lo que sucedía abajo, en el valle, donde Quintral agonizaba, y que aquella flor era su única esperanza. El cóndor le dijo que la cura llegaría a Quintral sólo si ella accedía a entregar su propio corazón. Amancay aceptó, porque no imaginaba un mundo donde Quintral no estuviera, y si tenía que entregar su vida a cambio, no le importaba. Dejó que el cóndor la envolviera en sus alas y le arrancara el corazón con el pico. En un suspiro donde se le iba la vida, Amancay pronunció el nombre de Quintral. El cóndor tomó el corazón y la flor entre sus garras y se elevó, volando sobre el viento hasta la morada de los dioses. Mientras volaba, la sangre que goteaba no sólo manchó la flor sino que cayó sobre los valles y montañas. El cóndor pidió a los dioses la cura de aquella enfermedad, y que los hombres siempre recordaran el sacrificio de Amancay.
La “machi”, que aguardaba en su choza el regreso de la joven, mirando cada tanto hacia la montaña, supo que algo milagroso había pasado. Porque en un momento, las cumbres y valles se cubrieron de pequeñas flores amarillas moteadas de rojo. En cada gota de sangre de Amancay nacía una pequeña planta, la misma que antes crecía solamente en la cumbre del Ten-Ten.
La hechicera salió al exterior, mirando con ojos asombrados el vuelo de un cóndor gigantesco, allá en lo alto.Y supo que los vuriloches tenían su cura. Por eso, cuando los guerreros llegaron en busca de Amancay, les entregó un puñado de flores como única respuesta.